Queridos hermanos y hermanas:

Con gran alegría en el Señor les enviamos un fraternal abrazo, deseándoles de todo corazón: ¡Una feliz pascua de resurrección!
Hemos visto al Señor resucitado en medio de nuestras comunidades, saliendo al encuentro en nuestros caminos e invitándonos continuamente a volver a su Palabra y a reconocerlo en la fracción del pan (cf. Lc.24, 13-35). Esto sin duda, nos invita volver a emprender camino con renovado entusiasmo pastoral, para avanzar en nuestra misión compartida, como un solo cuerpo diocesano que peregrina en esta Iglesia centenaria de Valparaíso.
Ciertamente que cada año la liturgia de la Iglesia nos orienta a situar nuestra mirada hacia las distintas escenas que van acompañando el Triduo Pascual. En efecto, nos podríamos quedar con la escenografía, afincado solo nuestra esperanza en la constatación de un sepulcro que yace vacío. Pero bien sabemos, que un sepulcro vacío no salva por sí mismo,
sino es en la certeza de todo creyente, en Aquel que con su cruz ha vencido la muerte y nos trae consigo, la vida y Vida en abundancia (cf. Jn.10, 10).
Es así como, cada uno de nosotros ha creído, y manifestado con su boca y corazón, que Cristo murió y resucitó (cf. 1 Cor. 15,3ss). Más aún cuando hemos experimentado un encuentro transformador con el Resucitado, convirtiéndonos en portadores y portavoces de una Buena Noticia para todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo, siendo ungüento en medio de sus gozos y esperanzas, tristezas y angustias (Gaudium et Spes, 1). Es esa la experiencia primera y fundante que dan testimonio tempranamente María Magdalena al tropezarse con un sepulcro vacío y la de unos sencillos galileos que experimentando lo contradictorio del fracaso que les pudo resultar la muerte en cruz de su maestro, dan elocuente testimonio: “…lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos… (eso) les anunciamos…” 1 Jn. 1,1ss

Nosotros así, impelidos por el testimonio de tantos hombres y mujeres, nos hacemos parte como un solo Pueblo de Dios, en una misma dignidad de bautizados, en el anuncio audaz y la misión corresponsable de una tradición de veintiún siglos que nos preceden, donde muchos cristianos han vivido en coherencia e incluso han dado su vida por los valores del Reino.

Hoy nosotros somos esos testigos. Y el anuncio no debiese quedarse restringido a la vociferación de ciertas verdades, que se dicen con cierta fluidez, pero no se viven del todo. En consecuencia, la muerte de Jesús, debiese ser a la vez, la muerte a nuestro egoísmo selectivo, a nuestro afán rapante de poder y superioridad, a nuestro evangelio a la carta, a la permanente exclusión, a toda promoción de violencia y al descarte de nuestra mesa de todos los que más sufren. Morir a aquello, es también morir descendiendo a nuestros más cómodos “demonios pastorales”. Por el contrario, ascender con el resucitado
supone que, aun siendo conscientes de nuestras fragilidades, heridas y fracturas, emprendemos un nuevo camino y continuo esfuerzo de renovación personal, comunitario y de nuestras estructuras. Que vuelva así a ponerse en el centro, ya no “sepulcros vacíos”, sino caminos redentores de encuentro con el Resucitado.
Esto es lo que les animamos puedan también anunciar, después de esta celebración pascual, convertidos en apóstoles y evangelistas actualizados.

Teniendo muy en cuenta que, si somos capaces de afirmar por medio palabras y de confirmar con las obras la resurrección de Jesús, es porque también nosotros hemos sido resucitados con Él por la fuerza de su Espíritu. Recordar que, en el actual contexto jubilar, la novedad pascual nos interpela para ser, hombres y mujeres de esperanza, no solo que hablen de la esperanza: “No se puede andar por el mundo con cara de angustias y profetizando calamidades. Debemos mantenernos, a pesar de todo, en un optimismo insobornable, hecho a prueba de amor y de muerte…La salvación del hombre y de la humanidad no es una utopía. El amor y la vida triunfarán. Cristo ha vencido al pecado y la muerte”1.
De la misma manera, nuestras actuales Orientaciones Pastorales nos señala que hemos de ser “Una Iglesia que vive el encuentro con Cristo”, no solo una que “hable de Cristo”. Allí se encuentra nuestro desafío, donde ha de resonar en cada una de nuestras comunidades esta maravillosa noticia: “¡Hemos visto al Señor!” (Jn. 20,25). En este tiempo por tanto hemos de buscar privilegiar en todas nuestra áreas y servicios pastorales el encuentro personal y comunitario con Cristo Resucitado, base y fundamento de nuestra vida eclesial y servicio fraterno 2.

Queridos hermanos y hermanas, que Cristo Resucitado, el cual hace camino con cada uno de nosotros y que vive en cada una de nuestras comunidades, nos anime como lo hizo con los discípulos de Emaús: “En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: “Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!”. Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.” Lc.24 24,33-35
Permítanos dos preguntas finales que puedan acompañar este tiempo pascual y animar a sus comunidades: ¿dónde hoy veo/vemos al resucitado? (personas, lugares, experiencias, proyectos); Y ¿cómo esa misma experiencia de ver al Resucitado nos puede ayudar a ser una Iglesia de Valparaíso más sinodal?
Que María la madre del Resucitado nos bendiga y acompañe en todos nuestros proyectos y en las celebraciones de nuestro Centenario.
¡Cristo ha Resucitado!
¡Verdaderamente ha resucitado!
Mons. Mario Salas Becerra O. de M
Vicario Pastoral
Diócesis de Valparaíso

1 CLIMENT FORNER, MISA DOMINICAL 1977, 8
2 Orientaciones Pastorales Diócesis de Valparaíso p. 7

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